lunes, 19 de septiembre de 2005

La hora del café

A lo mejor porque el viernes la reunión fue dura y larga y no hubo tiempo ni de pensar ni de tomar café, lo cierto es que estuve pensando en ese café en algunos de esos ratos en que todo el mundo se dedicaba a tirarse los trastos a la cabeza mientras lo que yo deseaba era estar a millas de distancia.

He trabajado en varias empresas ya, y cada ritual de café ha sido diferente. Desde el bar de la esquina y la gente que baja en grupitos a determinadas horas (y esas alianzas o rituales que se forman) a la máquina de centimitos con sus corrillos. También el café que te llevas a tu mesa o el que te tomas de pie, en un rincón dedicado a ello y del que no te atreverías a salir por no romper la tradición.

Aquí no, la hora del café suele ser sagrada (aunque no fija ni mucho menos), y nos sentamos todos alrededor de una mesa con algo de comida, más bien bastante copiosa: tostadas, pastas, pasteles, queso, jamón... y lo que pueda caer ese día (suena festín, ¿ verdad?). Alguien (por supuesto ninguno de los jefes, que no saben ni como tocar la máquina) prepara para todos (y ahí ya entramos en las peculiaridades de cada uno, porque cada café es diferente, y llevará su dosis exacta de leche , café, descafeinados, etc.) y llega la hora del cotilleo, el mejor momento para ponerte al día de lo que está sucediendo en cada departamento, pero teniendo en cuenta que no falta casi nadie (salvo un par de excepciones) por lo que la autocensura también funciona.



Pero a lo que iba también, el café es buenísimo, tenemos una máquina Nespresso que usa unas pastillitas tipo platillo volante de colorines: verde café solo, rojo descafeinado, marrón café americano... y así una veintena. Es muy fácil de hacer (basta meter la pastilla), limpio, y además sabe de maravilla. Ya me gustaría tenerla en casa, pero algún defecto tenía que tener: es cara cara. Si algún día acierto esa quiniela...

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